Agua
Shhhhh. Se abre la lluvia manufacturada y comienza a picar contra la baldosa. Glugluglug. Escurre y escurre hacia el drenaje por el delicado diseño inclinado. En un minuto empieza a subir el humo puro y cuando ya no me veo clara en el espejo entro al pequeño diluvio. Shushhh. Cierro la cortina tras de mí. El agua resuena en el plástico. Trumtrumtrum. Sé que en este momento estoy tranquila. En el setenta por ciento cincuenta centímetros de la unión de piso para recibir las gotas diagonales. Nadie me ve y yo sólo veo el vapor. Soy libre. Shhhhh.
Me baño por el agua. Por la gratitud del agua que todavía existe. Me baño por el deslice de gotas en piel. Por los chorritos en mi espalda. Los ríos que se extienden por mis brazos. Aquellos que culminan en cascadas bajo mis dedos. Me baño por el shush shush shush de los salpicos en mi cabeza. Me baño por el vapor de agua que respiro encajonada. Por las partículas de líquido que se llegan a sentir en mi garganta, en mis pulmones, en mi nariz. Me baño por tocar mi cara. Manos húmedas contra mis cachetes. Dedos que descubren mis cejas. Me baño por sentir mi pelo suave. Por las diminutas burbujas y la espuma deshaciéndose sobre mi pelo. Me baño por la caricia de la esponja sobre mis piernas y su shash shash shash contra mi piel. Me baño por el calor profundo y amable. Por las temperaturas amorosas que me encienden la cara y la espalda con la sensibilidad del porvenir. Me baño para sentir mi cuerpo y amarlo.
Pero en la tristeza de meses no era así. En ella el calor picaba. En ella el vapor me quería desgarrar la piel. En ella agua ahogaba. Los pasos hacia la ducha pesaban. Los baños con ella amargaban las gotas que se sentían en el respirar. El shhhh era un tracatracatraca de lanzas contra el cuerpo. La cortina dura y rajante contra el metal. Un traaakkk rechinante. Y lloraba cuando el vapor no me dejaba ver en el espejo. Las lágrimas silenciosas se doblegaban ante la violencia de la ducha en su completa potencia. Y el sifón me jalaba en su gluoglougluog devorante de vida. En esos pocos baños semanales, el alarido de gotas contaminaba mis deseos de suciedad helada. Cuidarme no era una opción. Y yo moría antes de dejar que las gotas me sanaran. Cuando no te cuidas pierdes la capacidad de amarte. El amor cuida. El amor se cuida. El agua cuida a todas las cosas vivas.
Pero aquí en el blanco y el agua contada no hay nada que inspire dolor. En el desnudo sólo hay vista para el agua que corre en un oasis de poros. Shhhhh. Los pies descalzos adoran las baldosas que sostienen el despliegue del río. Trumtrumtrumtrum. Me beso las manos. Mis pelitos se peinan con el deslice de las gotas amables y el vapor eleva el champú en sus burbujas microscópicas que acarician el techo. Los ojos se llenan de agua de ternura. Los pulmones se abren al agua respirable. Fuaj. Las extremidades se purifican como el rocío a las flores. Limpiarse es cuidarse. Cuidarse es mantener. Mantener es proteger el futuro.
Ahora creo en el futuro porque me baño. Protejo mi futuro al bañarme. Me baño para seguir protegiendo mi futuro. Creo en mi capacidad de bañarme todos los días. Creo en el vapor. Creo en el agua. Creo en los días cansados cuando el agua libera. Creo en los días alegres cuando el agua inspira. Creo en el presente tranquilo. Y creo en una tristeza futura en la que me pueda seguir bañando.
Cierro la llave y espero. Plum plum plum. Caen las últimas gotas.
Cierro los ojos y sueño sobre el baño de mañana.
Respiro. Ahhh. Abro los ojos y abro la cortina.
El agua vive en mí.