Veo una puerta,
imperceptible y de color amarilla,
escondida entre una muralla
de verdes musgos y altos arbustos.
Son varias las estelas,
de un humo blanco y casi cristalino,
las que se asoman en aquella,
como lo único con movimiento
que logra aflorar.
Un árbol, enorme y bello, la acompaña
mientras ambos esperan juntos
a que alguien se atreva
a enredar sus pies en el camino
que conduce y dirige donde esta,
con el afán o curiosidad de qué hay detrás de ella.
¿Qué tienes ahí,
tú que me esperas?
Veo que alguien te acompaña,
y sus ramas te protegen
espantando a aquel que no sea digno
de abrirte y aventurarse
entre las maravillas que guardas.
Eres el canal que conecta
entre esta aburrida y soporífera cotidianidad
y aquel misterio que guardas para ti.
Déjame entrar;
de seguro guardas algo
que una vaga mirada humana
no podría llegar a ver,
algo que una ciega mirada
de tus asombros no puede entender.
Solo yo, que camino día y noche,
intentado escoger el camino correcto
que más me acerque a ti,
he intentado descifrarte;
he buscado entrar en lo que tienes,
con el fin de atesorarte y cuidarte.
Ábrete para mí
y déjame entender qué es eso que guardas
de los forasteros y destructores
que no comprenden y no ven más allá
de un mundo momentáneo,
que cambia más de gusto que de monedas.
No sé qué guardas,
ni en cuánto tiempo te decidirás en dejarme entrar,
mas esperaré aquí
hasta que me permitas el paso.
Y si muero antes de que mis ojos te vean,
que mi cuerpo, al menos,
sea parte de lo que guardas.