Durmiendo entre sus perlas

El siguiente texto es el retrato de las mujeres de una familia; es la evidencia de un amor puro, de un esfuerzo por mantener en pie un legado que en algún momento pareció debilitarse. La historia habla de un collar – un collar de perlas para ser exactos –, una joya que ha pasado de generación en generación y que se ha convertido en la excusa perfecta para contar lo que viene a continuación. Este es un texto alimentado por las voces de sus protagonistas, quienes permitieron que sus sentires llenaran de emociones estas páginas y las impregnaran de vida. 

El día que cumplí veintiún años, mi mamá me regaló un collar: dos perlas color nácar, suspendidas en dos cadenas de plata, una más larga que la otra. Algo sencillo, nada extravagante. Las perlas venían de un collar que perteneció a mi abuela María Luz. Mi tía abuela o la tía Alicia, su cuñada, se lo había traído de su paso por Israel. Tras la muerte de Luz, el collar pasó de mano en mano hasta acabar en las de mi mamá. Ella lo llevó por años al mar para conservar las perlas, hasta que poco a poco algunas fueron perdiendo su brillo y acabaron por morir. Mi mamá, consciente del tesoro que guardaba, decidió separar el collar y convertirlo en cuatro collares: uno para mi hermana, dos para mis primas y otro para mí, las nietas que María Luz nunca alcanzó a conocer. “Yo sí me lo tomé como una transformación, transformemos un poquito las energías y que esto tenga como otro significado” dice mi mamá “(…) yo sí decidí que era de verdad el momento para que cada una tuviera algo de la abuela, digamos físico, porque de ella ya no queda nada más. Como una manera de transmitir su permanencia, de que haya un recuerdo”. 

Tras siete años de noviazgo, Hernando Lozano y María Luz Forero se casaron en junio de 1963. Por ese tiempo, Alicia se ganó una beca para prestar servicio militar en Israel. Estuvo un año en un Kibut y aprovechó para viajar y conocer otros lugares del mundo. Las mujeres de la familia “eran muy adelantadas también para su época. Porque todas estudiaron algo, todas fueron autosuficientes (…) yo nunca sentí qué es que uno tiene que estar subyugado a los esposos, que es un ejemplo que le ha tocado a muchas mujeres” reflexiona mi tía Adelaida tras recordar esas virtudes de Alicia que marcaron tantas decisiones de su vida. Al regreso de ese viaje, Alicia le regaló el collar de perlas a mi abuela. Por lo que puedo intuir, fue un regalo casi que perfecto, pues María Luz “no era de muchos adornos, era muy sencilla y todo lo que se ponía era muy discreto. Entonces el collar de perlas sí le gustaba mucho” como cuenta su hermana María Victoria o la Tati, como le llamamos todos. Tiempo después nacieron César Alfonso, María Constanza y Adelaida. Y unos años después, a María Luz le diagnosticaron un cáncer. La noticia se posó sobre todos como un recordatorio constante de que el tiempo se acababa. Creo que ella era un pilar fundamental de la familia. Mi abuelo la adoraba e incluso la Tati, aun siendo unos años mayor, dice que dependía de ella, tanto que todos los días, al salir del trabajo, pasaba por la casa de mi abuela, antes de seguir para la suya. 

“Las mujeres de esta familia son unas mujeres muy berracas, que son las que han sacado de verdad a la familia adelante”

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Tuvieron que pasar solo unos años para que ese veneno llamado cáncer se la llevara. Y con ella se fueron las ilusiones de llegar a viejos, de ver crecer a sus hijos y nietos, de compartir más momentos con su familia. Mi abuelo se sumió en la más profunda tristeza. No volvió a dejar que tocaran las pertenencias de su esposa y empezó a dormir todas las noches con el collar de perlas. “Ella me refrescó que mi papá se lo ponía siempre para que no se murieran las perlas, y de hecho lo que salvó a ese collar fue precisamente que él se lo ponía” dice mi mamá cuando se acuerda de sus últimas conversaciones con la tía Alicia. Al parecer, el calor que desprendía el cuerpo de mi abuelo, fue lo que las mantuvo vivas todo ese tiempo. Y dicen que de amor nadie se muere, pero tal vez Hernando fue la excepción a la regla, pues al poco tiempo de la muerte de mi abuela, también se fue, dejando a sus tres hijos a cargo de Alicia. Crecieron entonces sin una madre y sin un padre, pero criados por su tía. “Las mujeres de esta familia son unas mujeres muy berracas, que son las que han sacado de verdad a la familia adelante” asegura mi mamá, “en el caso de Ade y mío es de parte y parte, porque mi mamá fue una mujer que yo por las historias la recuerdo como luchadora, yo recuerdo que mi mamá sostuvo a mi papá (..) y por el lado de mi tía, ella fue quien tuvo que sacar tanto a mi papá como a mi abuelo del hueco en que se metieron”. Y no sólo ellas, la Tati también hace parte de esas mujeres que labraron su propio camino y se encargaron de mantener a la familia unida. 

Tras la muerte de mi abuelo, volvieron a tener acceso a las pertenencias de María Luz. Sin embargo, la Tati recuerda que gran parte de sus joyas habían “desaparecido”. Parece ser que alguien pasó por encima de aquella prohibición por los hijos respetada, y se las llevó en silencio, sin darle importancia. El collar de perlas fue lo único que sobrevivió a la desaparición misteriosa. Cuando les pregunté cómo habían tomado la decisión de que mi mamá se quedara con él, no hubo una respuesta muy clara. “Yo creo que Maria era como más atenta a ponérselo, a darle el calorcito, le gustaba mucho (…)” dice Adelaida “cuando vivíamos en la casa todo era muy compartido y ya cuando abrimos cobijas era un objeto que ella usaba mucho más que yo, entonces era más natural que ella se quedara con él”. Y la Tati cree que “Adelaidita siempre fue muy desprendida y decía que María Constancita les sacaba más provecho a las cosas”. Así, el collar pasó a convertirse en el objeto preciado de mi mamá, de esos que llegan, incluso, a guardar y mantener la esencia de sus propietarios. Se convirtió en una extensión del legado de mi abuela, esa mamá alcahueta que las llevaba a comer torta de chocolate con jugo de banano cuando pasaban por su oficina o que permitía que desbarataran la sala para usar los cojines y jugar con ellos. 

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Psicología y Narrativas Digitales j.casasl@uniandes.edu.co / juliana-casas@hotmail.com

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