Escribir cuando el mundo arde
El confinamiento y los efectos de la pandemia también afectaron las rutinas de los escritores, y pusieron al sector editorial al frente de un escenario desconocido que lo obligó a inventarse nuevas formas de impulsar la lectura y de mover los libros. En medio de esta nueva realidad, los lectores cobran cada vez más protagonismo, mientras libreros, editores y autores se preguntan por los apoyos del Gobierno al sector editorial. Este, en forma de artículo periodístico, es una radiografía de un cambio cuyos efectos apenas reconocemos; intenta examinar, a partir de testimonios y de una recolección de información, qué pasó con el oficio de escritor y con el mundo editorial durante la pandemia.
A mediados de mayo del año pasado, cuando la pandemia y sus medidas empezaban a ser una suerte de hábito, la escritora Margarita Posada (Bogotá, 1978) lanzó lo que llamó «terapias literarias»: un ejercicio de intercambio de experiencias que, sin querer reemplazar el apoyo psicológico profesional, buscaba ayudar a quienes —como ella— han pasado por depresiones o crisis personales y a quienes —como ella— escudriñaban en los libros un primer alivio, un primer camino.
Se trataba de un proyecto al que venía dándole vueltas desde hacía un buen tiempo y que pensaba llevar en vivo a lo cafés de las librerías, pero la pandemia cambió el curso de las cosas y obligó a ponerlo en marcha digitalmente. Unos meses antes había publicado Las muertes chiquitas (Planeta), su testimonio sin ambages sobre la depresión que la acercó a tantos, tantísimos lectores, y la iniciativa de las terapias abría más vías de comunicación y contacto con ellos, convertidos ahora en el centro de la actividad editorial. Era el signo de los tiempos.
Las terapias online de Margarita Posada son una muestra de los ajustes y cambios varios que la pandemia y sus coletazos trajeron para los escritores y para mundo de los libros durante los duros días de confinamiento en medio de la contingencia por la COVID-19. El aislamiento, condición laboral imprescindible para la escritura, fue entonces una obligación y un llamado, y sus efectos tienen al sector editorial al frente de un escenario inédito en el que los cambios se han sucedido sin apenas avisos. Las respuestas sobre la marcha a las que tuvo que acogerse el sector incluían, ahora, ferias del libro online, lecturas en voz alta, cursos remotos con escritores experimentados, conversatorios multitudinarios vía Zoom, presentaciones de libros con lectores, iniciativas para rescatar librerías, y clubes de lectura por Instagram.
Trastocar los ritmos, continuar los ritmos
El ruido de fondo de la pandemia juega a varias bandas. En algunos casos determina la escritura, la cambia y la pone al servicio de los hechos, y en otros la trunca y la hunde en el atasco, con las angustias de rigor. Para Ricardo Silva (Bogotá, 1975), que publicó Río Muerto (Alfaguara) en medio de los días más álgidos de la crisis, una novela sobre las heridas de la guerra y los duelos sin concluir de tantas víctimas, la marcha de las cosas no ha variado demasiado: «Yo he seguido trabajando, no a plena marcha porque me encargo en la mañana de los niños, pero he seguido trabajando: terminé una novela que tenía pendiente, comandé la lectura en voz alta de Historia oficial del amor, he estado en la promoción de Río Muerto, escribo mi columna y mis notas para El Tiempo, participo en eventos a diestra y siniestra porque me parece que todos tenemos que servirnos a todos en estos momentos, y estoy poniendo en marcha ahora los libros y los demás proyectos que tenía en mente antes de que cambiara la rutina como nos ha cambiado a todos»
Las condiciones, de todos modos, no son las mismas para todos, y tarde o temprano el asedio de las noticias y el vertiginoso avance del virus y sus sacudidas termina por afectar el trabajo de los autores. «Quien escribe ficción —dijo Juan Villoro en uno de los diálogos de Autores en cuarentena que organizó el escritor nicaragüense Sergio Ramírez— es alguien que está buscando convertirse en un profesional del aislamiento: mientras más tiempo pases entre cuatro paredes, sientes que rindes más». Pero los matices no son pocos, y en la práctica el ruido puede ser paralizante.
Y entonces sucede: leer y escribir son labores que muchas veces se hacen por cumplimiento, por llenar el tiempo vacío mientras se espera un giro en los acontecimientos, tan deseado como difuso. La novelista y poeta Piedad Bonnett (Amalfi, 1951) publicó en junio pasado un artículo en la serie «Diario de la pandemia», de la Revista de la Universidad de México, dirigida por la novelista mexicana Guadalupe Nettel, en el que contó su huida al campo cuando la cuarentena apenas empezaba su momento más álgido y las cifras de contagios no daban respiro: «Quiero que se acabe la pandemia. Quiero volver a abrazar a los que quiero. Pero ahora que han abierto puertas ya no me apetece salir. Ensayo a ordenar la biblioteca. Releo La enfermedad y sus metáforas. Vuelvo a Byung Chul Han y a Berardi. Trato de llegar a la poesía. Escribo y leo, leo y escribo. Me detengo a ver series cuando siempre he odiado ver series. Doy charlas por Zoom. Y como y bebo como si se fuera a acabar el mundo».
La contradicción de unas condiciones globales perfectas para dedicarse a la escritura en medio de una crisis sin precedentes no deja de ser llamativa, y traza muy bien esas bandas en las que ha jugado la pandemia para los escritores. Para Javier Cercas, cuya mirada personal sobre el encierro también fue publicada en la serie de la Revista de la Universidad de México, una cosa es el encierro feliz de la escritura en días normales, y otro el encierro obligado mientras el planeta conoce nuevas formas del miedo: «He dicho a menudo, por ejemplo, que para un escritor debe de ser más fácil que para el común de los mortales soportar una temporada de confinamiento como ésta, porque al fin y al cabo nuestra vida habitual es una vida de confinamiento voluntario. Y es cierto. Pero también es cierto […] que no es lo mismo vivir confinado por placer (porque es lo que conlleva tu vocación, o el oficio que elegiste) que vivir confinado a la fuerza, rodeado además de gente confinada como tú. No es menos cierto que, si lo que está ocurriendo no fuera una catástrofe colectiva, sería una bendición personal; la prueba es que, como he cancelado todos mis viajes y compromisos, me paso el día haciendo lo que más me gusta: leer, escribir, ver películas y pensar en las musarañas».
De la virtualidad y otros rescates
Pero acaso uno de los cambios más evidentes en el mundo editorial, por notarse de puertas para afuera, es el del uso de las herramientas digitales y las posibilidades de la virtualidad. Canceladas las ferias, las presentaciones de libros, las firmas, los conversatorios, y cerradas las librerías y sus agendas culturales, pronto las editoriales, los autores y las organizaciones del sector se volcaron a las redes sociales y a las plataformas digitales para solventar un golpe que, además, ya se venía sintiendo desde hace varios años en ventas y tirajes. La Feria del Libro de Bogotá, por ejemplo, que se realizó del 21 de abril al 5 de mayo, se movió entre lecturas públicas en Instagram y Twitter, presentaciones de libros por Facebook y YouTube, y clubes de lectura que superaron los dos mil «asistentes». Algunos de los eventos en los que participaron los más de doscientos escritores invitados lograron un alcance de más de cincuenta mil personas.
La lectura en voz alta de Historia oficial del amor , una novela que Ricardo Silva Romero publicó hace cuatro años y que volvió a la lista de las más vendidas, fue uno de los fenómenos más interesantes: miles de personas cada noche leyendo un capítulo del libro, unidas apenas por la historia, por la voz de la lectora o el lector de turno, y por las pantallas de Instagram. «La idea de la lectura en voz alta de Historia oficial del amor vino de una lectora que acudió a la novela en tiempos muy duros para ella», cuenta Silva Romero. «Me sorprendí con la posibilidad y la propuse a la editorial, invité a la Feria del Libro y llamé a la Secretaría de Cultura —y todos se sumaron porque sí: porque les sonó y porque su aporte tenía que ver solamente con el trabajo—-, y se fue volviendo una bola de nieve, de lectores, que estaban ahí todos por el puro amor a la idea y a ese libro en particular. Increíble, ¿no? Sin plata, sin ganas de plata. Solo con el propósito de superar tiempos difícil: de leer sobre cómo siempre hemos sobrevivido a los reveses de fortuna». En mayo pasado lanzó Río Muerto en una presentación virtual que llegó a más de diez mil personas y en la que participaron, entre otros, Jesús Abad Colorado, autor de la fotografía de portada de la novela, Leyner Palacios, comisionado de la Comisión de la Verdad, y el ex negociador de paz Humberto de La Calle, y emprendió otra lectura en voz alta, esta vez de Cómo perderlo todo.
Fue así como, mediante presentaciones, charlas e interacciones en vivo, los autores y las editoriales empezaron a construir una nueva relación con los lectores, primerísimos primeros beneficiados en todo el engranaje de producción del libro y protagonistas ahora de un intercambio que se aceleró gracias a la pandemia. «El escritor que hoy se sienta por encima de sus lectores está mandado a recoger», continúa Silva Romero. «Para mí ha sido muy útil. He establecido conexiones con gente muy creativa que simplemente se dedica a leer. Me ha parecido mejor, por ejemplo, que las ferias o los festivales: la naturaleza de esos encuentros hace difícil que el autor pueda bajarse de su pedestal, claro, pues el tiempo es limitado y el contexto es un desfile de talentos. En las redes, en cambio, la gente se encuentra con la gente como se encontraban los escritores del siglo XIX con sus lectores».
Una relación que, en el caso de Carolina Sanín, fue más allá: la presentación de Tu cruz en el cielo desierto se hizo, no con colegas u otros escritores, como es costumbre, sino con lectores. No ya el ritual de los mutuos elogios y las correspondencias, sino la participación de quienes se acercaron al libro y se interesaron por él. En la publicación de Facebook que escribió para compartir la iniciativa, Sanín explicó que:
El lanzamiento de Tu cruz en el cielo, un relato testimonio exploración ensayo erótico sobre el sexo y el amor y el deseo a distancia, también se encontró con las limitaciones del confinamiento, y luego fue cuestión de días para que su salida al público se adaptara a las circunstancias. «El libro salió en ebook mientras estaban cerradas las imprentas, y pudo así llegarles a los lectores», cuenta Sanín. «Hicimos también presentaciones y conversaciones online entorno al libro, y creo que participaron más personas que las que habrían podido participar en eventos presenciales. No solo es posible que la asistencia sea más numerosa porque pueden asistir personas de otros lugares, sino que también puede verse en otros momentos, pues el evento queda automáticamente grabado. Por otra parte, a través de los chats los participantes pueden comentar entre ellos y enviar preguntas mientras dura la presentación. A mí me pareció una oportunidad para pensar en estos contactos con los lectores; en cómo pueden enriquecerse y en cómo queremos que sean».
Ayudas, fondos y abandonos
Mientras el sector editorial se asomaba a sus nuevas condiciones y el confinamiento se alargaba más de lo esperado, también empezaron a salir a la superficie ciertos desajustes históricos que ahora son más patentes. Uno de ellos es la vulnerabilidad del gremio editorial, pero sobre todo de las editoriales independientes, en un contexto que precisa de demasiados intermediarios y que a la larga entorpece el acercamiento de los lectores. A mitad de mayo pasado, por ejemplo, se supo que cinco editoriales independientes habían renunciado a la Cámara Colombiana del Libro en protesta por los despidos de algunos cargos clave para las iniciativas de la Feria y porque, según denunciaron, se estaban priorizando las metas económicas. «La mayoría de las editoriales independientes del país no están afiliadas a la Cámara Colombiana del Libro y las pocas que sí, no están representadas por un gremio que privilegia los intereses comerciales […] sobre los contenidos culturales», denunciaron en una carta dirigida a Enrique González, presidente ejecutivo de la Cámara.
A los señalamientos y las grietas entre la Cámara Colombiana del Libro y los libreros y editores independiente se les suma, también, la falta de apoyo para autores, editores, traductores y demás implicados en la cadena del libro. Los libreros y editores independientes recuerdan que en el Decreto 475, que expidió el Ministerio de Cultura para aliviar la situación del sector cultural durante la emergencia, no se menciona el gremio editorial ni mucho menos se contemplan ayudas. El trabajo de los escritores quedaba, así, desprotegido durante la contingencia.
Al tiempo que el Ministerio publicaba su decreto y se empezaban a levantar las primeras voces críticas, en Canadá se anunciaba un fondo de ayuda para autores que contempla una subvención de mil quinientos dolares para escritores que por cuenta de la pandemia hayan perdido sus ingresos o sus contratos. Iniciativas similares fueron impulsadas y puestas en práctica desde PEN America y English Pen, y desde la Sociedad de Autores de Reino Unido, que entregó ayudas de hasta dos mil libras esterlinas a escritores que pasaron por dificultades en medio de la pandemia.
La inusitada respuesta del sector editorial a las nuevas condiciones de la pandemia también abrió el debate sobre el intercambio y la interlocución de los actores implicados con los responsables de las políticas culturales. Los autores son solo una arista de un panorama mucho más complejo. Lo que antes era apenas una sugerencia, hoy cobra el tono de lo urgente. «El Gobierno tendría que concretar sus planes de rescate tras la pandemia y de apoyo para el sector del libro y para todo el sector cultural. Podría estar no solo dando auxilios, especialmente a los editores independientes y a los escritores, sino también creando nuevos órganos de diálogo y participación en las artes», precisa Carolina Sanín.
La nueva realidad impuesta por el coronavirus, en la que se pierden las fronteras entre autor y lector y se quiebran todas las jerarquías del proceso del libro, también es una especie de augurio de lo que vendrá, más allá de las previsiones sobre los temas o las miradas que abordará la literatura, y pinta con más anterioridad de la esperada los nuevos escenarios a los que deberá enfrentarse el sector editorial. Entre tanto, la escritura sigue. Mientras se pueda.