Visita silenciosa
Entro a la casa de mis abuelos con la sensación de que el lugar está vacío. Empiezo a subir las escaleras y siento cómo cada que piso otro peldaño los tacones de mis botines y los zapatos de mi mamá resuenan casi por toda la casa, las paredes azul cielo parecen ser más oscuras de lo que recordaba. Antes de subir el último escalón dirijo mis ojos hacia el espejo que apunta hacia mis pies y distingo que detrás de mis botines negros solo se ve la puerta blanca del primer piso, todo parece tener colores apagados, incluso el frío del ambiente combina con el silencio y los colores pálidos. La luz de una habitación está encendida y por inercia mis pies se dirigen hacia allí. Veo a mi abuelo recostado en la cama y a mi abuela, mi papá y mis primas, sentadas junto a él.
— Hola abuelito —, murmuro en voz baja para no interrumpir el silencio que pasea por la habitación.
— Hola mijita, ¿cómo está? —, responde mi abuelo como si me estuviera contando un secreto.
— Bien abuelito, ¿y tú?
Con un silbido intenso, el aparato de oxígeno llena el lugar de ruido. Me siento en una silla casi al frente de la cama y me doy cuenta de que en aquellas cuatro paredes todos estamos presentes, en la mesa de noche hay al menos una foto de todos los nietos y nuestros padres. Hay retratos y objetos pertenecientes a varios miembros de la familia regados por toda la habitación. Hay fotos de mi papá y mis tíos cuando eran más jóvenes, y fotos de mis primos y yo cuando éramos muy pequeños. Pero hay un retrato que resalta sobre los demás: justo encima de la cabecera de la cama hay una foto a blanco y negro de mis abuelos, que aunque no sonríen mucho se ven muy felices.
— Qué día encontré un trapo de colores en la cocina de la abuela—, dice una de mis primas mientras acaricia el canoso cabello de mi abuelo—, ese trapo es un pedazo de una camiseta de cuando Mauro era bebé, ¡como 28 años debe tener eso de viejo!
Todos reímos. Miro a mi abuelo, por primera vez en el día en su rostro se nota la felicidad. Percibo que mientras mira al techo los recuerdos invaden su cabeza y, entonces, el brillo en sus ojos color avellana revela que una lágrima quiere salir. Vuelvo a mirar las fotos de la mesa de noche, y en mi mente empiezo a oír la risa de mi abuelo, veo cómo en cada recuerdo él es feliz, siempre siendo el espíritu y la alegría de las reuniones. Recuerdo entonces todas las veces que me cantó el feliz cumpleaños por teléfono y los abrazos cálidos que cada año me daba en Navidad y año nuevo.
De repente, vuelvo a sentir el silbido del aparato de oxígeno, y me percato de que mi abuelo regresa a su estado habitual. Está inmóvil y callado, su sonrisa se esfuma, solo suena su respiración a través de la máquina. En ese momento, los recuerdos felices dejan de rondar por mi mente y mi mamá me dirige una mirada que indica que ya debemos irnos. Me despido de mi abuelo y por última vez en el día lo escucho hablar.
— Chao mijita, que esté bien.
Lo miro una última vez y salgo de la habitación, quedándome con esas palabras retumbando en mi mente una y otra vez hasta que abandono la casa.